El eclipse es un instante en el que se unen la luz y la oscuridad. Puede entenderse como el cruce de opuestos pero también como la unión complementaria de estos. El ying y el yang de los orientales; lo bueno y lo malo de los indios americanos; el cielo y la tierra de los primitivos maoríes... O lo cóncavo y convexo con lo que soñamos. Instantáneas de un mundo perdido, utopías, logros y fracasos, dialogan en estas historias mínimas de esperanzas grandes.

lunes, 8 de septiembre de 2014

El show de los justos


Cuando era niño había un solo TV blanco y negro en el living conectado a una antena de aire que sólo los días de humedad y algo de tormenta daba señal. Por un acuerdo tácito con mis padres, yo aceptaba estoicamente “Grandes valores del tango” de un por entonces joven Silvio Soldán a cambio de ver “Titanes en el ring”, espectáculo de lucha libre con personajes forjados en la eterna dualidad del bien y el mal, tan entrañables como telúricos. Yo lloraba cuando los malos golpeaban al payaso y mis padres me decían “Ahora viene lo salva”. Y cuando todo parecía imposible…Llegaba  Peuchelle y lo salvaba. Y uno dormía sonriendo…Hoy, cuando han pasado más de 30 años, murió Rubén “El Ancho” Peuchelle.

A los ojos de hoy, donde prevalecen los espectáculos multimedia y los maquillajes perfectos para sugestionar a los chicos, aquellos personajes de cach conducidos por Martín Karadajian serían tildados de bizarros y freacks.

La nueva industria de la lucha libre instala en segundos productos de gimnasio asistidos por tecnología de punta y marketing; las consolas de juego condecoran y exoneran héroes con rapidez sideral; y las descargas de unos son pisadas por las del otro en millones de PC. Sin embargo, pese a la sucesión de renovaciones de luchadores, los niños conviven resignados con la asimilación del triunfo del mal. No hay héroe de consola ni de Hollywood que tan sólo por momentos les haga soñar con otro mundo posible; los medios en sus distintas vertientes y plataformas muestran discriminación, egoísmo, pobreza moral y falta de solidaridad para lograr triunfar a cualquier costo.

A principios de los 80 la TV apenas empezaba a extenderse y la radio seguía invitando a la imaginación sin defraudar. Los personajes de “Titanes en el ring” nacieron en esa época embrionaria del medio. Atravesaban la cultura popular argentina en su sentido más profundo. Encarnaron al payaso pobre de los circos; al inmigrante batallador y colérico de Italia; al boliviano trabajador; al gitano embustero; y a enigmáticas y enmascaradas figuras que anidaban en el pensamiento mágico pueblerino.

La batalla a representar en cada combate era el mal acechando y el bien reparando; con la premisa de que no debía haber muerte, pues el niño no debía trasuntar los caminos de lo irremediable, que son propios de la adultez.

En los 90 los dibujos animados japoneses introdujeron la muerte. Algo se quebró. La pérdida de un ser querido se cundió como agua de inundación. Como si una nube tapara el sol de una época. El gris de la injusticia cundió como frío. Lentamente, los titanes se desperdigaron. Unos se fueron a circos, otros crearon la compañía “Lucha fuerte”, otros a gimnasios y alguno en un geriátrico. Poco podían hacer esos caballeros de la metáfora de un mundo ideal ante uno real signado por el absurdo y el dolor.


En tiempos de Internet y varios televisores a color por casa, las familias ya no negocian los programas; directamente se separan para consumir lo que a cada uno le plazca. Tal vez por esa desunión y por la que se ve afuera no están en pantalla los gladiadores de antaño. Cedieron el lugar a caricaturas fugaces de valores difusos. Pero el trono está vacante. Algún día reclamarán el cinturón.

Desde algún lugar entrenan los titanes para rescatar el mundo. Si cerrando los ojos se puede escuchar el castigar de los cuerpos sobre la lona y la tensión de las cuerdas del ring al levantarse. Haciendo de las suyas. Haciendo justicia. Porque la muerte es absurda.

martes, 8 de julio de 2014

Mundial del interior


Hace 24 años, cuando fue la última vez que Argentina llegó a una semifinal, tenía que hacer 7 kilómetros en bicicleta del campo al pueblo para festejar; cada vez que el Goycho tapaba el último penal de una serie, abrazaba a mis viejos y un vecino y empezaba a pedalear sonriendo. La vida de mis viejos se quedó en aquel campo con mi infancia; frescos como la sonrisa de Cani.


Hace 16 años, cuando fue la última vez que Argentina enfrentó a Holanda, entré a trabajar a un diario a las 5, para escribir un suplemento de economía, algún análisis e irme con amigos. La expulsión del burro fue la herida, el pase largo la amplió y Bergkamp clavó un cuchillo calado para que no suturara. Desandé las calles con la pera temblando y los ojos vidriosos; a la noche no podía dormir, ya no tenía sueño. Era como si la vieja estuviera triste.

jueves, 19 de junio de 2014

La deuda y el niño con el vidrio en la mano


Por Eduardo Capdevila

Por estas horas el gobierno argentino y los dirigentes opositores centran su debate en el conflicto con los acreedores externos. El 93% de reducción de deuda acordada y pagada desde 2006 a la actualidad se caerá porque el 7% de los fondos buitre que no aceptaron la quita fueron beneficiados por la justicia norteamericana a cobrar y embargar para conseguir el total. Fueron bonos basura comprados cuando el país estaba quebrado y ahora los cobran a precios exorbitantes; para quebrar nuevamente el país. Vieja y efectiva receta.

El consejo que viene del norte es simple: honrar las deudas sin objetarlas da futuro como país. Mientras, crecen algunos escándalos de corrupción para alentar el argumento de que sólo la fiscalización sobre la administración de Estado dará futuro a la sociedad.

Los caminos planteados en uno y otro caso recalan en un extraño discurso evangelizador. Los mandamientos morales dan paz y prosperidad para vivir, renacer o por lo menos soñar con la justicia divina. Dogmas de ovejas que pastan sin levantar la vista. Se trata de pagar sin mirar a quien ni por qué. Como consuelo se fiscaliza al pastor Estado mientras el patrón Mercado no se ve.

El extraño evangelio no evalúa si hay usura. Quien no paga las deudas no tiene honor y punto. Y quien no fiscaliza lo que hacen con sus impuestos no tiene dignidad. Para no ser una sociedad perdida, hay que pagar a los extraños y denunciar a los propios.

Sin embargo, aunque el país contara con el dinero para pagar la usura de contado y los templarios de la moral ejecutaran a los corruptos, hay otros síntomas de sociedad perdida.

En pleno centro de la ciudad balnearia de Mar del Plata una mujer que atendía un comercio casi mata a patadas a un niño de 6 años que intentó robarle exhibiendo un vidrio roto. El nene amenazó con su arma pidiendo dinero para comer. Pero fue reducido rápidamente y sacado a empujones a la acera, donde finalmente fue tirado al piso contra un árbol y se hizo una bolita. La mujer descargó su ira a patadas contra el niño que lloraba. Se salvó porque los transeúntes frenaron a la agresora, que con liviandad gritaba que quería "matarlo para que aprenda". El chico dolorido y ensangrentado se puso se puso de pie y se perdió como un fantasma entre los autos.

Más allá de la pregunta más íntima de qué siente una persona que patea en el piso a un chico de 5 años, el interrogante es mayor; y se remite a un sistema penal sostenido en la mera punición y el castigo. Es repetir como única respuesta a un delito una pena proporcional sobre la libertad de las personas que lo cometen. A más delito más penas. Las cárceles se atestan y siguen los problemas. Pero lejos de replantearse, el discurso se profundiza: el problema son los que quedan libres fácilmente o son aún menores para quedarse en los penales.

Con el argumento de que los delincuentes "entran por una puerta y salen por otra", la Argentina vivió hace poco decenas de hechos en los que vecinos indignados arremetían a golpes o querían linchar a malvivientes. Ese salvajismo fue llamado por algunos "justicia por mano propia por ausencia del Estado" o "cansancio social". Justificado por un aparato mediático y hasta por algunos funcionarios opositores.

Con ese escenario de fondo, un chico de 6 años, con hambre y frío, entra con una botella rota a un comercio a pedir plata. Y una mujer descarga en su pequeño cuerpo la rabia la inseguridad, la falta de justicia, la inflación, la corrupción y cuanta calamidad exista. Entiende que el niño encarna a la potencialidad más riesgosa de una sociedad en crisis, el ejército de no imputables. Y un sistema basado en la punición no da lugar para ellos. Lo quiso poner en su lugar, avisándole lo que le espera si sigue creciendo torcido. Como si la vida no le hubiera dado más golpes que los que sus costillas podían soportar.

Si un día fuera gobierno el rey Midas para convertir en oro las heridas abiertas de Argentina y decidiera pagar sus deudas y el manto moralista reinara sobre las instituciones públicas, el evangelio de la sumisión habrá fracasado igual. Porque no habrán quedado respuestas para un niño con un vidrio en la mano.

(*) Análisis publicado en el sitio www.cadenaba.com.ar

miércoles, 6 de junio de 2012

Pequeña conquistadora




Hice hace más de veinte años la primaria en una escuela rural cercada por lagunas adornadas por juncales, gallaretas inquietas y cisnes salvajes que apenas abrían surcos en el espejo de agua en paz.

Los palenques para que los alumnos ataran los caballos en la entrada siempre le dio una calidez especial al establecimiento; y la cancha de básquet hecha sobre pastizales un sinsentido entrañable. Y como vigía de la seguridad del lugar, el imponente molino que abastecía de agua a docentes, chicos y sedientos transeúntes; mi padre, herrero y carpintero de las quintas, era el encargado de arreglar sin nada a cambio las aspas rotas, las suelas gastadas o alguna junta.


En esos tiempos de inocencia y candidez, el desafío era el próximo monte a conquistar; los miedos eran generados por el alarido de un cerdo faenado en invierno o la luz mala de los reflejos flotantes de la luna alumbrando una vieja osamenta en algún campo.


Cuando ingresé a estudiar tenía casi 30 compañeros sumando todos los grados; casi igual número de familias que había viviendo en las chacras por entonces. Y egresé siendo el único del grado, síntoma de la fuga y decadencia de un tiempo, con tantos interrogantes sobre mi futuro como estudiante de secundaria en el pueblo como sobre lo que vendría para la escuela.


Atrás dejaba las aulas con un enigma infranqueable. Ocurre que al costado del salón mayor había un depósito oculto por un cortinado de cinco metros de ancho y tres de alto. En ese lugar había gruesas láminas ajadas, con manchas de humedad producto de temporales e inundaciones; antiguas banderas; material didáctico por doquier; ropas y disfraces para caracterizar héroes de viejas luchas libertarias en fechas patrias; y plumas y frascos obstinados al paso del tiempo.

Durante años había querido quedarme solo en la escuela para tener a disposición todo lo que ocultaba el depósito que escoltaba el salón. Asociaba ese mundo con el conocimiento vedado, con el pasado sin límites, la historia y la memoria imborrable; tenía un olor característico que nunca volví a encontrar. Pero me fui con las manos vacías; la escuela siempre fue, felizmente, un lugar colectivo y no privativo del saber. Y allí quedaron arrumbadas las láminas de historia, los pupitres con gruesos tinteros de losa y otros materiales; recostados en el bronce de la educación y la pátina del tiempo.


Después de casi 23 años volví a la escuela de campo. Con un título universitario a cuestas y algunas deudas pendientes a convertir en desafíos. Llegué familiarizado con las prácticas actuales de búsqueda y construcción del conocimiento en escenarios virtuales de Internet, incoloros, insípidos y con plataformas rápidas y seguras. Pero no pude evitar mirar por los ventanales. Hallé los mismos pupitres de madera noble en los que estudié; con los huecos vacíos para el tintero de tinta china y la pluma. Y al girar la vista al costado ví el telón que nunca pude descubrir para disponer de todo el conocimiento para mí solo.


Me fui con una mezcla de nostalgia pero la certeza de que si bien no había podido tener el depósito de historia y conocimiento para mí, la vida me había dado herramientas para saber más cosas y en menor tiempo aún; y que al fin y al cabo la idea de que uno pueda tener solo para sí ese lugar era una utopía.


Al otro día saludé una vieja vecina de las chacras y le conté que había estado recorriendo la escuela el fin de semana. Me contó que actualmente la escuela cuenta sólo con una nena, que cursa el preescolar. Me quedé en silencio y mordiéndome el labio inferior pensé en esa chica; y me reí. Alguien al fin tenía la escuela para ella sola; ojalá llegue al depósito de historias ajadas y recuerdos sin tiempo. Será la conquista de un saber con olor, arrugado, con sufrimiento y luchas reales de vidas pasadas. Tan pequeña y tan grande a la vez. Tan sola en su escuela.


A la Escuela Nro. 18 General Paz de Tapalqué.

sábado, 15 de octubre de 2011

Puedo, quiero y debo



Puedo bucear en tus silencios

sin ahogarme en los remansos

de ese mar de tristezas pasadas

que vuelve tormenta el piélago.

Puedo arriesgar toda mi fuerza

en el campo de la batalla por tí

aunque sea una guerra perdida.

Puedo suicidarme en las agujas

de un reloj de espera sin tiempo

o la espesura de esta cerveza

tan amarga como tus mentiras.

Puedo hacer tanto esta noche

que mis brazos no alcanzan

mi aliento es la nada misma

y todo se reduce a un anhelo

de volver a tenerte a mi lado.

Puedo verte mentir de nuevo

canjeando dudas por miedos

o hipotecando las esperanzas

en el banco de las traiciones.

Porque entre tanto puedo

prevalece lo que quiero

en base a lo que le debo

a mi corazón que te ama.

martes, 5 de julio de 2011

Herencia

Al viejo le dolían los huesos;
sus rodillas flacas y espalda curva
arrastraban setenta inviernos largos;
en su niñez supo poco de amor
y en su adultez fue entrega total
con responsabilidad y valores.
Por eso con lo que le quedaba
de fuerzas antes del último viaje
me demostró lo que es pelearla
aunque sólo espere la parca
abrumado en nada y nostalgias.
Desde ahí si en cuatro paredes
purgo condena a mi soledad
o en sábanas frías la recuerdo
pronto me rebelo con la rabia
del amor entendido en lucha
para buscar revancha en ella
sepultando los llantos de niño
hasta cumplir sueños de hombre.

martes, 1 de febrero de 2011

Mendigo


De las sentencias que en claridad
Al hombre aquejan con espanto
La pueril condena a la mendicidad
Sume cualquier alma en llanto.

Cual Prometeo de entrañas roídas
Por un buitre tras cada amanecer
Para castigar hazañas promovidas
El mendigo es el eterno convalecer.

Un preso ruega por clemencia
Entre mil barrotes y su letrina
Pero torturar está en la esencia
De un sistema que lo margina.

Entre las plazas, aceras y escaleras
Los pobres piden comida y abrigos
Y ante los ricos cuidan las maneras
Como manual de buenos mendigos.

Pero en sábanas frías acurrucado
Y buscando en la noche el lucero
Desfallece aquel más desahuciado
Que es el mendigo por un “te quiero”.